Flexibilización laboral en el ámbito de la
comunidad 973
Planteo de la patronal:
¿Por qué no se podría mandar a músicos de las
orquestas a algún lugar a que toquen p.ej. en quinteto?
Se intuye que el fondo de la cuestión es la idea
de aumentar la productividad de los músicos, llenando los lapsos de los así
llamados “sin parte” o eventuales lagunas de programación con alguna actividad.
La iniciativa más llamativa de esa mentalidad fue
hace poco el intento de imponer de arriba –sin paritaria de por medio– un nuevo
reglamento de trabajo a los integrantes de la Orquesta de Cámara del
Congreso, que buscaba abiertamente la degradación de músicos profesionales
al estatus de lacayos al estilo del siglo 18, creando la posibilidad de que en
sus lapsos “sin parte” de la programación estén a disposición para tocar una ‘musiquita
de fondo’ en oportunidad de agasajos de la corte (cumpleaños de diputados con
champán y canapés y eventos por el estilo).
En un sentido más abstracto, dicha mentalidad parece
buscar la conversión del trabajador cultural profesional y especializado, integrante
de un conjunto con identidad propia… en un miembro anónimo de un ejército musical
de reserva, a la vez de la desintegración de la institucionalidad y de la
organización gremial.
Hay motivos ideológicos, técnicos e incluso de productividad
para rechazar el planteo de inicio:
A la mentalidad subyacente en dicho planteo se
contraponen los conceptos de UPCN sobre el trabajador cultural (en este caso: el
artista performático) del siglo 21. Sus pilares son:
- Es altamente profesional.
- Es altamente especializado.
- Se entiende como servidor a la comunidad, no a los poderosos de la misma.
- Entiende la expresión artística como un fin, no como un medio.
- Busca a su vez y por ambición propia la mayor excelencia posible.
- Si se quiere entender su servicio como un medio para un fin, este fin sería en todo caso la representación simbólica y la reproducción de sí mismo del mismísimo Estado Nacional, en este caso por medio de una expresión artística colectiva.
- Es altamente profesional.
- Es altamente especializado.
- Se entiende como servidor a la comunidad, no a los poderosos de la misma.
- Entiende la expresión artística como un fin, no como un medio.
- Busca a su vez y por ambición propia la mayor excelencia posible.
- Si se quiere entender su servicio como un medio para un fin, este fin sería en todo caso la representación simbólica y la reproducción de sí mismo del mismísimo Estado Nacional, en este caso por medio de una expresión artística colectiva.
El valor simbólico de un elenco artístico como
p.ej. la Orquesta Sinfónica Nacional se contempla en:
Claves ‘técnicas’ para
comprender algunos géneros musicales:
Música sinfónica:
Los músicos de
orquesta son, por definición, muchos. Forman corporaciones de “mayor
organización”. Sus integrantes entran como empleados a sus cargos por concurso
de oposición y antecedentes. Igual que los integrantes de la sociedad, no
eligen a su vecino; tienen que convivir y colaborar con quien trabaje a su
lado. No eligen su repertorio; tienen que tocar todo lo que el programador
impone. Preparan y presentan en concierto en muy poco tiempo (1-2 semanas por
programa) mucho repertorio (25-40 programas diferentes por año). La excelencia
del producto de su labor es resultado de una alta especialización, de una disposición
al trabajo hasta el agotamiento, de su integración a una estructura musical
extremadamente compleja y de la sinergia específica de este tipo de
agrupaciones.
Música de cámara:
Los músicos de
cámara son pocos por definición. Si quieren competir en el mercado eligen
concienzudamente a su compañía (simbólicamente hablado es como un conjunto de “amigos
de toda la vida”). Eligen un repertorio limitado a su gusto y suelen preparar cada
producción durante bastante tiempo (probablemente varios meses).
Los conjuntos
excelentes suelen ser empresas independientes.
El solista musical:
Como señala el
nombre, actúa sólo. Debe justificación de sus actos solo a sí mismo. Elige su
repertorio por afinidad personal y éste es más bien pequeño en comparación con el
de los músicos de orquesta. Sus presentaciones suelen ser resultado de años de
esmerada preparación de cada pieza.
Volviendo a la cuestión del
inicio:
¿Conviene
encomendar tareas de música de cámara o de solista a músicos de orquesta?
Contestación:
A veces puede
ocurrir, pero estrictamente por elección y voluntad de los mismísimos músicos
de orquesta y siempre fuera de los horarios de su disponibilidad laboral en su “institución
madre”.
Los conjuntos
de cámara suelen estar compuestos por los solistas internos de la orquesta. Los
ejemplos más visibles en la Sinfónica son p.ej. el Cuarteto Gianneo (con
Luis Roggero como primarius), el Trio Ginastera (Marcelo Balat,
Xavier Inchausti) o –hace bastantes años– el quinteto de vientos de Spiller,
Tenreyro, Slivskin, Kerlleñevich y Bazán.
No solamente
su régimen laboral de solistas de orquesta les da posibilidad de dedicarse a
tareas semejantes. También es tradición que estas figuras destacadas de la orquesta
asuman de vez en cuando tareas de música de cámara o de solista con el
propósito implícito de aumentar por este medio el prestigio de su orquesta.
El régimen laboral
de los músicos del tutti en la orquesta suele ser tan agotador que tan
sólo en raras ocasiones estos se atreven a entrar en la competencia con
conjuntos de cámara. También aquí sería siempre fuera de la disponibilidad
laboral en su orquesta, con colegas predilectos (amigos), con repertorio de su
elección y en los tiempos y lugares de su elección.
El público (citas de la
red de blogs de los integrantes de la OSN):
“…lo que la música sinfónica contiene en germen y como posibilidad: la
transmisión de valores desde una multitud (una gran orquesta tiene muchos
integrantes) a la multitud de sus oyentes (todo el pueblo argentino, más los habitantes
del mundo que se interesen por nosotros y nuestra riqueza espiritual).
[…]
“La respuesta
del público es siempre la misma: no importa si tocamos en salas de concierto o
en la vía pública, en una fábrica recuperada en Ushuaia, un estadio en las
afueras de San Miguel de Tucumán, la plaza central de la ciudad de Córdoba, un
salón de club de barrio en Comodoro Rivadavia, ante los trabajadores de los
altos hornos de Zapla o en el mismísimo Teatro Colón; ni siquiera tiene
importancia si los oyentes tienen experiencia con el género o no. Presenciar en
vivo una orquesta sinfónica en acción parece ser una experiencia inolvidable.
La imagen es tan importante como la música. El espectador no puede dejar de
percibir que la cosa tiene algo que ver con él y con los anhelos más íntimos
que cualquier ser humano guarda en su alma. Se encuentra ante individuos
visiblemente comprometidos que construyen conjuntamente, en paz y con respeto
al prójimo, piedra por piedra (nota por nota), rebosantes de vitalidad, pero
con concentración y seriedad, un mundo rico de significados, lleno de pasiones
y colores, coherente en sí mismo, con propósito, comienzo, desarrollo y
fin. Cualquiera sale enriquecido de una experiencia semejante, no importa
si puede o no dar palabras a su conmoción.”
Una breve mirada a aspectos
históricos de la cultura sinfónica (cita de la red de blogs de los
integrantes de la OSN):
“Las primeras
agrupaciones instrumentales complejas de músicos profesionales nacieron en el
siglo XVI en las cortes europeas, donde se desempeñaban al servicio del
respectivo representante de la nobleza, encargándose del marco musical de actos
y festejos de dicha corte.
La música
resultó ser un elemento enriquecedor para obras teatrales. A mediados del siglo
XVII estalló una producción de obras operísticas para un público conformado por
ciudadanos prósperos de los centros culturales de la época.
A fines del
siglo XVIII y durante el siglo XIX, la así llamada burguesía se apropió de
manera creciente de aquel terreno que en tiempos feudales había existido para
el deleite de unos pocos privilegiados. Se puede decir que la creación de obras
musicales acompañó o anticipó esta “revolución cultural”. La admiración de la
que goza por ejemplo una figura como Beethoven, está basada –entre otras
razones– justamente en el hecho de que su obra refleja de manera tan abstracta
como grandiosa la emancipación del individuo y ciudadano. La forma musical más
emblemática de esta transformación social es la sinfonía.
La cultura
sinfónica de las grandes orquestas –hoy plenamente
democratizadas y con sus integrantes en empleo público estable– llegó en el
siglo XX a la cima de representatividad
de las sociedades y Estados nacionales, como así también a la cima de
profesionalismo, de brillo artístico y de difusión.”
Conclusiones finales:
La mayor
productividad, el mejor grado de excelencia, la mayor identificación con el
público masivo y la mejor representación del Estado Nacional por parte de
músicos de orquesta se logra exigiéndoles el cumplimiento de su servicio
reglamentario justamente en su orquesta.
Programaciones
ambiciosas, el sentido de unidad en cada producción, el desafío por la
colaboración con grandes directores y solistas, la exposición por medios de
difusión masiva y las giras serían los principios de una política cultural
acertada para formar de una orquesta un conjunto con identidad, sentido de
pertenencia de sus integrantes, armonía y calidad de ejercicio, para el orgullo
de la sociedad que la mantiene.
Un concepto erróneo de
explotación:
En la
programación de una orquesta constituida al modo arriba descripto, los
esporádicos “sin parte” de algún que otro de sus integrantes son una característica
natural del género. Desde hace décadas (incluso siglos) son considerados los
descansos necesarios de los profesores músicos que consagran hoy en día,
sometidos a los ritmos de la vida moderna y a la inevitable competencia
internacional, su integridad psicofísica, prácticamente siempre al borde del
agotamiento.
Por ello,
especular con los lapsos de los “sin parte” de oscilantes grupos de individuos para
disgregar al conjunto y exprimir hasta la última gota a cada uno de sus miembros
resulta contraproducente en cada sentido.
En negociaciones
paritarias ahorraría mucho tiempo poder contar del lado de la patronal con
asesores entendidos en la materia de instituciones culturales y sus intrincadas
formas de desenvolvimiento, resultado de una larga evolución histórica.
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